Acusación

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(De los cargos que fue acusado Jacques y de los inicios del interrogatorio)

-Me sorprende que sigáis vivo, os creía muerto hace tiempo- Dijo el preso sin mostrarse amedrentado.
-¿Ya ves, tus planes no salen siempre como deseas verdad…maestre?-El desconocido mostraba una amplia sonrisa, que hacia resaltar la cicatriz de su mejilla- Aunque no me creas…siempre llevo un recuerdo tuyo encima- y en ese momento torció su cara señalándose la cicatriz.
-Toda cicatriz es poca para la traición que cometisteis, deberíais estar muerto, aunque si no lo estáis debe ser porque Dios os tiene preparado otro final, aunque no os creáis que será muy distinto al que os intenté llevar. Dios no conoce de traidores.- Jacques en ningún momento levantó la vista del suelo, dijo todas esas palabras como si nada importase, palabras que se lleva el viento
       Al escuchar tales afirmaciones le vino a la cabeza los hechos acaecidos hacia tanto tiempo, cuando era un sargento de la Orden del Temple.
Tras un breve lapsus tiempo, en que su mente divagó por aquel terrible día se dispuso a continuar.
-Y bien, maestre…estás preparado para contestar a mis preguntas?
-Preguntas? Más bien diría que lo que vos pretendéis es declararme culpable de actos que no he cometido. Sin duda deseáis vengaros de lo que mandé hacer hace tantos años.- Una sonrisa se dibujó en el rostro.
-Tienes razón, nada me gustaría más en este mundo que verte sufrir, contemplar como tu cuerpo arde en la hoguera, delante de todo el pueblo.
-Tal y como decís, si he de morir en la hoguera, será porque Dios así lo tiene dispuesto, no porque sea una victoria vuestra. Bien sabéis que no podéis estar por encima de Dios, vuestros actos os conducirán al lugar que merecéis, porque recordad, todo lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad.
-Veo que ni en los últimos momentos de tu vida dejas de dar lecciones a los demás, Jacques.- Cada vez que pronunciaba el nombre de su antiguo maestre, lo hacia de manera jocosa.
-La vida es una acumulación de experiencias y enseñanzas, para todo ser humano nunca es suficientemente tarde para aprender, incluso vos podrías ser perdonado si os arrepintierais de los crímenes cometidos.
-Arrepentirme yo? Me parece que estás muy equivocado, el que debe arrepentirse eres tu y todos los tuyos. Sabes de que se os acusa? Me parece que sí, aunque no lo quieras reconocer…- Simón parecía muy irritado, cualquiera diría que de un momento a otro iba a perder los estribos.
-Puede que a ojos de los hombres seamos culpables de mil y una fechorías, pero por si no lo sabéis la visión de Dios no es la misma que los de los mortales, el sabe leer en nuestros corazones, vos no.
-Jajaja, Acaso olvidas quienes somos, Jacques? Somos los inquisidores, los encargados de vigilar las herejías en la tierra, somos el brazo ejecutor de Dios, a Él le parece bien todo lo que hacemos, pues para ello somos sus fieles servidores, somos sus ojos en la Tierra.
-Sin duda en eso tenéis razón, y debo dárosla, pero habéis de saber, que todo lo que hay en esta tierra tiene la capacidad de caer en el error, pues como bien sabéis solo Dios es perfecto, y jamás se equivoca.-En ese momento Simón enrojeció de ira, sin duda se le había acabado la paciencia, Jacques lo percibió- Por lo que deberíamos empezar ya con el interrogatorio. Bien se que he de morir de todas formas.
-Exacto amigo! Aunque en tus manos está la forma en que lo harás, si de mi dependiera te mataría ahora mismo, cobrándome así mi venganza, pero no te preocupes, voy a disfrutar igual viéndote morir.
             En cuanto acabó de decir esas palabras, Simón se dirigió hacia la puerta que daba a la habitación donde Jacques se había bañado, al cabo de poco entró acompañado de tres personas más.
-Como ya sabes, para poder procesarte debidamente, no puedo hacerlo solo y necesito la colaboración de tres personas más, ellos son Francoise y Gérard que actuarán de testigos, mientras que Raymond hará las funciones de notario.
           Una vez hechas las presentaciones, los tres invitados tomaron asiento junto a la mesa que había emplazada a un lado de la chimenea, con lo que disponían de amplia luz para poder tomar las notas necesarias y hacer las transcripciones correctas de todo lo que tendría lugar a continuación.
-Notario, por favor, leed las acusaciones que vierten sobre el acusado- Esta vez el tono de Simón había descendido a la normalidad, como si nada de lo que había tenido lugar minutos antes le hubiese afectado.
            Tras un breve carraspeo, la voz del notario sonó fuerte y firme:
-Sir Jacques de Molay, maestre de la Orden de los pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, se os acusa a vos personalmente y a toda vuestra orden de los siguientes pecados, todos ellos fuertemente castigados por el poder de Dios. Pesan contra vos los crímenes de prácticas sodomitas en vuestras ceremonias de iniciación, también habéis sido acusado de incurrir en las artes amatorias con jóvenes sargentos del temple, rompiendo así vuestros votos de castidad, y lo que es peor de moralidad. Tengo aquí también acusaciones contra vuestra persona de adorar a una entidad monstruosa, a la cual le otorgáis el nombre de Baphomet.
           El notario lo leyó todo sin detenerse ni un instante, lo que le acabó provocando la falta de aire, mientras decidió hacer un parón para a continuación seguir relatando los actos a los que habían sido declarados culpables los templarios. Mientras en la parte opuesta al notario Simón se encontraba tenso, erguido, con chorreones de sudor cayéndole por la frente, casi podía notarse en el aire su sensación de victoria, de una venganza que estaba a punto de ser cumplida.
-Continuemos con las acusaciones. Sir Jacques de Molay, se os condena también por renegar de Cristo durante vuestra ceremonia de iniciación en unos actos heréticos, que conllevan a obligar a los recién ingresados a pisar la Santa Cruz, y a escupir sobre ella. Sois acusados de malversación de fondo público, pues habéis destinado gran parte del tesoro guardado en vuestras arcas para uso personal y enaltecimiento de vuestro cargo y el de vuestros allegados. Tenéis algo que decir? Como os declaráis?
-Creo que mi respuesta ya la conocéis de antemano, notario. Todos esos cargos que pesan sobre mi persona o sobre las de aquellos a los que represento son sin duda infundados, es más, os diré por quien. Toda esa sarta de mentiras y falsedades no han podido salir si no de alguien que nos tiene mucho odio, pero un odio que nace del miedo, miedo a lo desconocido, o tal vez debería decir…miedo a perder el poder? Por que si no me equivoco todo esto no es más que una encerrona de vuestro rey, el Gran Felipe o como le llamáis vosotros, El Hermoso.
          En ese momento fue Simón el que emprendió el camino hacia Jacques, como movido por el viento.
-Acaso osáis inculpar a nuestro monarca de mentiroso? O es que vais a negar todos los cargos de que se os acusa?- Su rostro estaba enrojecido por el ataque de rabia.
-Veo que os ha molestado que os dijera la verdad, Simón. No es cierto que el odio y la ira nacen de todo aquel que teme? ¿O es que vos también tenéis miedo que se sepa algo sobre vos o sobre vuestro plan, que de ser cierto invalidaría todo este proceso?
Raymond escuchaba perplejo la batalla oral que se estaba desenvolviendo entre los dos contrincantes, no se sabía cual de los dos podría resultar el vencedor. No obstante como notario se vio obligado a formular una pregunta en el acto.
-Disculpad señor!- Dijo dirigiéndose a Simón- Hay alguna cosa que se me ha ocultado que sea relevante al caso? Algo que deba saber antes de continuar? O más bien dicho…algo que deseéis ocultar para que no conste en acta?
-Jajaja- En ese momento fue Jacques el que sonrió- Así que no le habéis dicho que antes de ser un perro erais un templario. Un defensor de aquellos a los que ahora juzgáis. Vaya vaya..veo que vuestra cobardía no ha menguado con los años. Seguís siendo el mismo cobarde al que un día mandé matar por traición.
-Traición? Llamas traición a querer escapar de un sitio que era una cuna de herejía?- Dijo eso mientras cogía Jacques por el pescuezo y se lo acercaba a la cara.- O es que olvidáis que yo lo vi todo! Todo!!!!
-Deteneos hermano!- Esta vez fue uno de los dos testigos el que habló- Os recuerdo que estamos de testigos y que aunque a nosotros nos repugne tanto como a vos los actos que cometieron los templarios, no podemos permitir que se lastima al procesado si no es a través de los medios permitidos.
-Tenéis razón.- En ese instante soltó a Jacques de un golpe contra la silla.-Sigamos con lo nuestro.
           Acto seguido el notario volvió a ponerse en pie para decir algunas palabras:
-Recapitulemos, el acusado Sir Jacques de Molay, se declara inocente de todos los cargos que se le imputan. Es ahora momento del inquisidor para hacer las preguntas que crea oportunas con tal de arrancar una confesión al acusado.
Simón levantándose, se azuzó la vestimenta, y tomando una posición erguida e imponente, se acerco tranquilamente hacia Jacques.
-Así que decidís declararos inocente, bien, entonces no tendréis ningún reparo en contestar a mis preguntas, y si lo tenéis tengo aquí unos cuantos amigos-dijo señalando todos los instrumentos que había repartidos por la sala- que sin duda puede que os refresquen la memoria.- Se giró un momento hacia los tres personajes situados en la mesa a espaldas suya- Está todo listo?
       Los tres asintieron al unísono. Sabían que se disponían a ver un espectáculo poco común.
-Bien, empecemos con la primera de ellas, según vuestra declaración negáis que los hechos ocurridos en vuestra ceremonia de iniciación sean ciertos, así pues, describidnos como se recoge a un nuevo templario.
-Bien sabéis que esta ceremonia debe permanecer en secreto, así ha sido desde que nuestro hermano Hugues de Payns formara la orden en 1118.
-Entonces si debe permanecer en secreto es porque algo escondéis! Si no, no os importaría describírnosla para que todos podamos saberlo y si es el caso tomar vuestra declaración de inocencia como verdadera.- en ese momento apoyó las dos manos en la mesa donde estaba sentado Jacques y le miró fijamente.
       Entonces el interrogado cerró los ojos por un momento, lanzó un suspiro y se dispuso a contestar:
-Tan terco sois que no queréis reconocer la verdad? Si de verdad fueran esos cargos ciertos, y como vos os empeñáis en demostrar, seriamos tan culpables nosotros por practicarlo como nuestros novicios por recibirlos y no negarse a ello. Con lo que, y sabéis a donde me dirijo, vos también serias culpable de todos estos actos y vuestro lugar seria esta mesa, a mi lado. Así que por que no os declaráis también sodomita y hereje?.
               La rabia volvió a aflorar en el rostro de Simón.
-Vuestra insolencia os costará cara, maestre. No solo negáis los hechos si no que encima me acusáis a mi, a un inquisidor de ser un hereje, una basura como vos… ¡Así que describidnos de una maldita vez como iniciáis a vuestros sargentos en la Orden del Temple!
-Jamás, bajo ningún concepto revelaré aquello que jurado proteger. Me decepcionáis, pues vos deberías recordarlo!
-Está bien, veamos entonces cuanto dolor sois capaz de soportar antes de decir la verdad.- En ese momento chasqueó los dedos y los dos testigos salieron de la sala.
              Durante todo lo que llevaban de interrogatorio Jacques no había perdido la compostura en ninguno de los momentos, todo lo contrario que Simón. El duelo parecía tener un claro vencedor, aunque en ningún momento podría imaginarse lo que estaba a punto de sufrir, una serie de tormentos que podrían darle la vuelta al marcador.
Momentos después de la salida de los testigos, ambos volvieron con el hombretón calvo que había salido justo antes de empezar el interrogatorio de la sala, en su gorda cara podía verse reflejada una mueca de satisfacción, como aquel que sabe que le van a dar lo que quiere.
-Jacques, este es Jean, lo que más le gusta es infligir dolor para obtener una confesión, veremos tu resistencia antes de que nos digas lo que queramos saber- Simón se acercó a un lado del maestre, mientras le indicaba a Jean que hiciese lo mismo por el lado contrario.- ¡Notario! ¡Prepárese para continuar!.
                Entre los dos hombres levantaron a Jacques y lo condujeron hacia una silla situada a la parte izquierda de la habitación. La silla estaba hecha de hierro, de lejos parecía normal, pero una vez cerca podía verse como estaba rematada por una infinidad de puntas de acero que la recubrían entera. Con cuidado, lo depositaron encima y le encadenaron las manos en los posabrazos, haciendo lo mismo con las piernas en las patas de la silla.
-Como veréis, el mecanismo es sencillo, maestre, vos nos decís lo que el inquisidor aquí presente quiere escuchar y yo no le hago mucho daño, ahora, denos una respuesta que no nos agrada y deseará no haber nacido, me ha entendido?- Esta vez el que habló fue Jean

Prólogo


(De cómo fue trasladado el preso hacia la sala de torturas)
-Abrid la celda!
 Fue esa la primera palabra que sus oídos escuchaban en mucho tiempo, llevaba no se sabe cuanto encerrado en esos calabozos.
            El aire era asfixiante, todo a su alrededor era un cúmulo de orines y excrementos, algo verdaderamente repugnante.
-¿Pero, que tenéis ahí? ¿A un hombre o a un cerdo?- Preguntó el guardia, visiblemente mareado por la emanación de los efluvios acumulados.
-Ni una cosa ni otra carcelero, eso que veis ahí no es sino un hereje, algo que no merece ser llamado hombre, pues esa calidad le está vetada, y tampoco se le puede llama cerdo, ya que estos al menos tienen una utilidad demostrada. Los herejes solo sirven para causar el mal, para desviar a las almas débiles del verdadero camino de Dios, nuestro camino.
            Esas palabras fueron dichas de tal manera que el carcelero quedó embobado por la retórica del desconocido.
Ese hombre iba ataviado con un hábito de color negro, una capucha le cubría el rostro impidiendo ver cualquier cosa de él. De haber sido posible contemplar su rostro, el carcelero habría visto como una mueca, mezcla de sonrisa y asco asomaba entre sus dientes.
-¡Levantadlo, aseadle y llevadle a la sala de interrogatorios! ¿Creéis que podréis con tan ardua misión?- Eso ultimo lo acabó con una sonora carcajada que al pobre carcelero heló la sangre.
-Sí…Sí… lo que vos deseéis, mis ordenes son obedecerle en todo y no mostrar curiosidad por ello, de lo contrario….- Balbuceó el pobre, presa del miedo.
-De lo contrario, terrible será el castigo que os corresponda, no decía eso en la carta?
-Sí señor, con esas mismas palabras.
-Entonces no se hable más y cumplid con vuestro cometido- Sentenció el encapuchado de un modo tajante.
            La prisión apenas estaba iluminada, solo unas pocas teas daban un algo de luminosidad al largo pasillo, a cada lado podían observarse una gran cantidad de celdas, todas sumidas en la más absoluta oscuridad.
Dentro de cada una de ellas, el espectáculo era dantesco. Justo en la celda de enfrente, podía reconocerse un bulto con una forma parecida a un ser humano, sin duda lo era, pero era tal su estado que a duras penas lo parecía.
            El pobre desgraciado que a saber lo que había hecho para estar ahí, mostraba un aspecto muy desaliñado. Una barba le llegaba casi hasta las rodillas, sus ojos en blanco, abiertos, mirando al cielo, estaban acompañados de una mueca bobalicona, dejando caer un reguero de saliva al suelo. Sin duda ese pobre hombre, era ciego. Pero no era lo peor, parecía que estuviese ido, como si su alma no estuviese en este mundo, aunque quizás eso fuera lo mejor, visto lo visto.
            Las demás celdas no eran más esperanzadoras, así que el preso que estaban a punto de sacar podía considerarse afortunado.
El carcelero lo levantó por las axilas. En ese momento se dio cuenta de cuanto pesaba pese a lo delgado que estaba. Lo que le dio una idea de cuan fuerte había sido en la plenitud de sus años mozos.
-¿Donde me lleváis?- Dijo en un susurro apenas audible
-Vaya…pero si habláis, pensaba que tanto tiempo encerrado os habría quitado el don del habla.
-Ha…Hace falta algo más que unos simples barrotes para silenciarme, pueden acabar con mi vida pero no con aquello por lo que lucho- Al decir estas palabras se puso erguido en un alarde de valentía, y se tambaleó, sus piernas aun no respondían del todo bien al tiempo que había pasado postrado en ese inmundo agujero.
-No hagáis esfuerzos vanos, dejaos llevar por mí, tengo órdenes de entregaros... a poder ser entero- El carcelero mostró un poco de simpatía por el preso.
            El carcelero, llamado Bernard, trabajaba en la prisión desde hacia aproximadamente unos tres años. Ya en ese momento la celda estaba ocupada por ese preso, del que aun no se sabia su nombre, procedencia ni motivo del encarcelamiento
Todo lo que concernía a su encierro se había mantenido en el más absoluto secreto, nadie, en esos años había venido a visitarlo, salvo los inquisidores. Ellos acostumbraban a venir una vez al mes, y siempre se marchaban con la misma cara, decepción y odio, como si no hubiesen conseguido lo que se proponían. Con el tiempo descubrió que eso era justamente lo que pasaba.
Marcháronse por el largo pasillo, a su paso, los demás presos emitían unos sonidos guturales difícilmente identificables, pero aun así terribles, todos querían salir de sus celdas. A saber cuantos de los allí encerrados serian inocentes.
 
Una vez fuera de las celdas, la extraña pareja se dirigió a la izquierda, donde otro largo pasillo, más iluminado esta vez, parecía internarse en las entrañas del infierno.
-Tranquilo, no hemos de andar mucho, es esa puerta de ahí enfrente- Dijo Bernard alzando el dedo y señalando una puerta más oscura que las demás. Lo hizo por instinto, sin preguntarse si el preso estaría en condiciones de ver nada.
            Estaban frente a la puerta, Bernard apoyo al pobre infeliz en un pequeño taburete situado a la izquierda de la puerta, al lado de una tea que ardía de manera muy viva, como si una energía misteriosa irradiara una fuerza en ella.
Después de unos cuantos intentos, los goznes de la puerta chirriaron de manera alarmante, mostrando el estado de oxidación del que hacia gala. A diferencia de las demás puertas, estaba hecha de metal, por lo que su peso era considerablemente mayor.
Bernard la empujó con todas sus fuerzas.
            Una vez abierta, volvió sobre sus pasos para recoger a su “misión”. Al pararse frente a él, le contempló como nunca antes había hecho.
Su constitución era fuerte, debajo de la raída ropa podían verse unos hombros anchos, antaño musculosos. La resta del cuerpo no desentonaba para nada, un cuerpo bien proporcionado. Pero no fue eso lo que más le llamó la atención.
Fue su mirada. Una mirada serena, sin ningún atisbo de derrota, de odio. Cualquier otro preso en sus circunstancias mostraría claros signos de abatimiento, pues la cárcel hace volver débil hasta el más fornido de los guerreros. Nada hay más terrible que encerrar a alguien que ama la libertad.
-Venga levantaos, no hemos de hacer esperar al tribunal
-¿El tribunal ? Vaya…veo que por fin han decidido pasar a la acción-Dijo el preso como si nada.
-¿Es que no os asusta lo que puedan haceros señor?- Bernard no salía de su asombro. Como podía un hombre que llevaba más de tres años en prisión mostrarse tan valiente? Asombroso.
-No le temo a nada ni a nadie, solo me tengo miedo a mi mismo. Lo que Dios tenia preparado para mí en esta vida lo he hecho sin dudar jamás. Creo que Él no me tiene nada más preparado, por lo que puedo morir en paz. Nada tengo que esconder, Ningún pecado cometí en mis años de juventud que pueda condenarme al fuego eterno. Así que si he de morir, moriré.
El discurso del preso no hizo más que aumentar la fascinación de Bernard. ¿Como era posible que alguien que estaba a punto de enfrentarse a la Inquisición tuviese el alma tan serena? Realmente no le temía a la muerte? Porque de ser así, se encontraba ante una persona muy valiente, algo de lo que a él le faltaba
 Tales fueron sus palabras que se aventuró a preguntarle, movido por el impulso:
-Me asombráis señor, cualquier otro en vuestra situación estaría rezando por que su muerte llegase lo más rápido posible, sin sentir dolor. Porque sabéis a donde os llevo, no?
-Sí, hermano, me conducís directamente a la boca del lobo, ante la presencia de los Perros de Dios (Domini Canes)-Su ultima palabra sonó más fuerte que las demás
-Santo Dios, no los llaméis así!- Bernard se apresuró a santiguarse- Si os oyera cualquiera…os acusaría sin dudarlo de herejía.
-¿Herejía decís ? Puedo aseguraros que cuando uno ha servido a Dios durante la mayor parte de su vida, puede permitirse el lujo de dudar. No creer en un cuerpo de cristo que actua contra los mismos cristianos…No fuero esos los ideales que me inculcaron!!!- Se envalentonó al afirmar esas palabras
-Perdonad, no quería que os alterarais, lo siento mucho.
-No os preocupéis, me ha venido bien poder expresarme libremente, aunque sea por ultima vez, llevo años sin poder decir nada que me gustase, y me temo, amigo, que todo lo que diga a partir de ahora, no será por voluntad propia. Como sabréis, son muchas las historias que se cuentan sobre El Santo Oficio, siendo capaces de hacer confesar a un mudo.
-Descuidad, ya veréis como no es para tanto. Cuando menos os lo penséis estaréis libre otra vez. Solo decidles lo que quieren oír y os dejaran marchar- Las palabras de Bernard eran realmente amables.
-Gracias por vuestro consejo, pero creo que va siendo hora de levantarse de aquí y acicalarme un poco, no me gustaría que os culparan por mi retraso. Me ayudáis a levantar? Mis piernas todavía son débiles.
-Por supuesto, agárrese a mi hombro. ¡1…2…3...arriba!- Haciendo un esfuerzo titánico, Bernard consiguió levantar al preso.
            Entraron dentro de la sala. Estaba bastante oscura, pero aun así podía adivinarse su forma circular. Las paredes estaban desnudas, lo único que resaltaba era una puerta de madera que conducía a otra estancia que por la luz que se filtraba por debajo, estaba muy iluminada, más que cualquiera de las que hubiesen visto reo y carcelero.
            En el lado opuesto se vislumbró un barreño lleno de agua, al lado un pequeño taburete.
-Os veis con fuerza para asearos vos mismo? No me gustaría acicalaros sin vuestro consentimiento, pues considero que esa es una acción intima- Se ruborizó Bernard
-Creo que podré solo, aun así gracias por vuestra comprensión. No obstante os necesitara para vestirme y recortarme esta barba.
-Dadlo por hecho.
            El preso se desvistió a duras penas, y fue inclinándose poco a poco hasta quedar sentado en el barreño. No recordaba cuando fue la última vez que su cuerpo había tocado el agua.
Disfrutó como un niño de su baño, se limpió con fuerza. El agua suponía levantarse con energías renovadas, como así pudo comprobar Bernard cuando le ayudó a incorporarse.
-¿Estáis preparado para entrar?-Dijo Bernard
-Siempre he estado preparado amigo, un hombre debe afrontar los peligros que le depara la vida siempre con la cabeza bien alta, ya que si has obrado bien a lo largo de los años nada has de temer- Cada vez que el preso soltaba un discurso, Bernard se daba cuenta de que no era un preso normal. Había algo en el que le mostraba su porte, su elegancia.
-Perdonad que os interrumpa una última vez seño, pero permitidme que os diga que vos no tenéis el aspecto de un preso común. Ahora recién lavado se os ve un aspecto de rey, de alguien importante, puedo preguntaros como os llamáis?
-Eso, amigo, muy pronto lo sabréis- Y esbozó una enorme sonrisa, como si tuviese el destino en sus manos, como si supiese todo lo que estaba a punto de llegar.
            Bernard y el misterioso desconocido se dirigieron a la puerta de madera que había en la habitación, justo antes de tomar el pomo para abrirla, alguien se adelantó.
Desde dentro abrieron la puerta bruscamente. Ante ellos apareció un hombre bastante grueso, sin un ápice de pelo en la cabeza, lleno de sudor y con un delantal blanco, aunque eso sólo era deducible por las tiras, puesto que todo lo demás mostraba un color rojizo, su olor no era nada agradable.
-Entrad a la porquería esa y dejadla ahí tirada!-Mostró un banco situado a la derecha de la puerta, junto a una esquina- Y cuando lo soltéis…Marchaos.
            Así fue como procedió el carcelero. Entraron juntos en la habitación, y con sumo cuidado lo dejó caer en el banco. Antes de marcharse, se dio la vuelta y le dijo:
-Rezaré por vuestra alma, pues creo que no merecéis estar ahí. Que la voluntad de Dios esté con vos.
Y con esas palabras abandonó la sala. Dejando a sus espaldas una puerta cerrada al mismísimo infierno.
            Desde su pequeño asiento, el desconocido admiraba la enorme sala en la que lo habían dejado, su aspecto no podía ser más desalentador.
Frente a él se encontraban los aparatos más extraños que jamás había visto, pero de los que sin duda había oído infinidad de historias. Conocía su capacidad de infligir dolor, pero no era eso lo que le preocupaba, lo que realmente circulaba por sus pensamientos era cuanto dolor podría soportar su cuerpo.
            En la parte más alejada de la habitación, una enorme chimenea estaba encendida, emitiendo un calor sofocante, en medio de sus llamas podía observarse como una serie de hierros estaban depositados sobre una pequeña plancha de acero.
Junto a la chimenea permanecía erguido un instrumento con forma humana, como una mujer vestida con ropajes de gala, pero que en su interior escondía algo muy peligroso, estaba lleno de pinchos. En ese momento estaba abierta y podía contemplarse cuan afilados estaban.
Toda la estancia estaba a rebosar de esos instrumentos diabólicos, que irónicamente eran usados por los siervos de Dios.
Mientras el preso contemplaba todos esos cachivaches sin inmutarse, volvió a abrirse la puerta y entró otra vez el hombre calvo, seguido del encapuchado que había ordenado sacarle de la celda.
Una vez los dos dentro, el encapuchado se plantó delante de él, y casi como si de un acto reverencial se tratase, se quitó la capucha, dejando ver su cara.
Una gran cicatriz le cubría la mejilla izquierda, sus ojos negros como el carbón reflejaban una gran cantidad de odio acumulado, su sonrisa, una mueca de satisfacción.
-Encantado de volver a verte…Jacques. Ha pasado mucho tiempo, siete años ya? Espero que durante este tiempo hayas aprovechado tu vida, porque ahora está en mis manos y voy a cobrarme todo lo que me hiciste pasar.
                                  

Ya queda menos

Empezamos ahora un ciclo de entradas dedicadas a una pequeña creación literaria, basada en los últimos meses de vida de uno de los grandes personajes de la historia, el gran maestre de la orden del temple Jacques de Molay.
Esta novela tiene intención de ser publicada en una serie de unos 5-6 capítulos aproximadamente.
Una vez publicada completamente, podrá ser adquirida en formato PDF en una edición especial.
Nada más que deciros, estad atentos a las próximas horas, pues será publicado el primer episodio de está gran novela.

Esperemos que guste y tenga repercusión

KaLaN

Hoy toca otra vez hablar de libros, en este caso de El inquisidor, de Catherine Jinks.
Los que me conoceis, pensares que por tratar el libro de lo que trata...me habrá encantado y lo voy a poner por las nubes...pues os equivocais por completo.

Empezemos pues de nuevo con otra crítica.
La presentación del libro, podriamos decir que pasa bastante desapercibido, el carácter del libro es bastante pequeño con lo que se hace difcil su lectura, almenos no resulta muy agradable, con lo que cansa a las pocas páginas.

Historia
En la contraportada ya la comparan con El Nombre de la Rosa, empezamos mal pues.
En Francia en el siglo XIV, nos encontramos con un inquisdor y su ayudante(tambien inquisdor, aunque parece que un poco más bobo) a la muerte del inquisdor principal, el obispado decide mandar a otro en su lugar, con lo que se nos queda el secundario como segundón otra vez xD en vez de pasar el a ser el inquisdor principal de esa abadia.
Bueno, pues al poco de llegar ese sustituto, tras una serie de acontecimientos, se lo cargan, y tenemos a nuestro eterno sustituto investigando la muerte con lo que dices...Ahora si que pasarás a ser inquisidor compañero! Pues no, le mandan a otro jefe, esta vez con muy mala leche, se ve que conocidos de sus años de escuela y con discrepancias sobre algunos temas...
Bueno, pues a lo tonto al final el eterno segundón se ve envuelto de mierda hasta el cuello, y se monta una conspiración del cojón para culparlo de vete a saber que.
Durante todo este cachondeo de ir y venir de un pueblo a otro, tiene tiempo de conocer el amor, de lamentarse después y volver a caer en sus redes, vamos... lo de cada dia.

Conclusión
Un libro bastante pesado, soso, con una primera persona demasiado cansina. El tio está escondido en algun lugar(vamos que en la primera página sabes que no se lo van a cargar) y le relata a un superior suyo todo el tema para que lo ayude, con lo que uno después de leer el libro piensa... Como lo ayude después de semejante palizón es para cargarselos a todos.

En fin, que no tiene nada que ver con EL nombre de la Rosa, salvo alguna que otra coincidencia en el final de la novela.
Aquí no encontramos personajes tan caracteristicos como Fray  Guillermo de Baskerville o su ayudante Adso, en todo caso al perro de los Baskerville y su ayudande Dan Asco.

No os lo recomiendo en absoluto.

P.S.- Lo que es peor es que me compré primero la segunda parte(sin saberlo) antes de leer la primera, con lo que se que no la voy a leer, así que...No lo leais amigos!!!!! No desaprovecheis vuestro tiempo, y si por casualidad el que os cae en las manos es El Inquisidor de Patricio Sturlese..leedlo sin vacilaciones, es una maravilla.

Mi nombre es Gladiador

Volvemos otra vez con la sección de libros, ya se que se dijo en su momento que esta sección iba a ser solo para los meses de verano, pero visto el éxito que han tenido(aunque tengan pocos comentarios, he decidido seguir publicando las críticas literarias. Así tengo tiempo entre entrada y entrada de "peso" para poder plantearlas mejor, y ya os digo ahora, que las que vendrán a continuación requieren bastante tiempo para planearlas.
En esta ocasión el libro a comentar es una gran aventura ambientada en el imperio romano, concretamente tras la muerte de Nerón, o lo que es lo mismo.. el 68-69 d.C

En este caso no comentaremos la presentación ya que se trata de una edición de bolsillo, pero aún así hay que destacar la portada, realmente preciosa.

Historia
El argumento de la novela nos presenta a un medico galo, llamado Valerio, el cual se encuentra en ese momento de viaje, por culpa del destino, se encuentra con un gladiador herido, al cual salva.
Ese acto le llevará a un sin fin de aventuras con tal de poner a salvo al gladiador, que se ha fugado de unos Ludi (las arenas, el coliseo pa entendernos los que no esteis metidos en el tema).
Una vez puesto a salvo, Valerio decide emprender de nuevo el viaje anterior, pero esta vez tampoco llegará a buen puerto ya que la mujer a la que ama, acaba de ser asesinada.
A partir de ese momento, Valerio intentará tramar una venganza, pero sin llegar a pensar nunca que le saldria mal y acabaria vendido como esclavo, y convertido el Gladiador(secutor), cumpliendo así con una profecia.

Paralelamente a la historia de Valerio, nos encontramos con la de su hermano Antonio Primo, general de las legiones de Panonia, en su lucha por restaurar a Roma un verdadero emperador.

El libro repasa el año 68-69 d.C donde hubo en Roma 4 emperadores(Nerón, Galba,Vitelio,Vespasiano)

Conclusión
La novela, auna con gran maestria todo el mundo de los gladiadores, sus entrenamientos, su indumentaria, su forma de luchar, en fin, todo su mundo.
Al mismo tiempo encontramos también una magnifica recreación de todo lo que concierne a las legiones romanas, sus emboscadas, sus graduaciones, su vida.
Un libro sin duda recomendable para todos aquellos que os guste la historia antigua, y en especial Roma.

Tambien hay que decir que de no ser porque el Autor es colaborador con el Museu Arqueològic de Tarragona, cualquiera pensaria que se trata de otra novela del genial Valerio Massimo Manfredi llevada a la maxima potencia.

KaLaN